Ha de ser extraordinario cuando llegue el momento en que todo brille con una Luz que no es la del sol, y cuando todo refleje el Amor de Dios y nos envuelva con Su dulzura.
Qué hermoso ha de ser cuando ya nadie sufra, cuando no haya una sola lágrima y se dibuje en todos una sonrisa, y sintamos una profunda paz.
Ha de ser bellísimo cuando todo nuestro dolor haya desaparecido.
Que no recordemos el odio, la culpa, las guerras y el hambre, y sólo quede una sensación de amor y nos miremos con ternura.
Qué consolador cuando descubramos que todos los seres que creíamos muertos no perecieron y volvamos a verlos bajo una nueva Luz que nunca se apaga.
Qué apacible la existencia cuando ya no haya miedo, ni veamos muerte, ni ataque.
Qué anhelo tengo de que todo esto suceda cuanto antes. ¡Ya no más enfermedades ni carencias! ¡Ya no más divisiones, no más venganzas ni castigos, tampoco juicios ni diferencias!
Qué elevado deseo el mío de que todo sea transformado en algo hermoso, y entonces podamos ver la verdad: la belleza del espíritu.
Qué sublime ha de ser el momento en que todos contemplemos el reflejo del Cielo en la Tierra, y demos gracias por ello. Entonces, se hará un gran silencio. Nuestro corazón emocionado esperará el último paso, donde dejaremos el reflejo para fusionarnos en el Amor y en la Luz de nuestro Padre. Y así, finalmente, descansemos en Él y en nuestro Verdadero Hogar, Hogar apacible y eterno que Él creó para nosotros, Sus Hijos.
Padre nuestro, vénganos tu Reino, hágase tu Voluntad en la Tierra como en el Cielo. Amén.
Quien tenga el corazón abierto al amor, entenderá... quien no, se hundirá en el infierno que él mismo se fabricó.
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