El ir y venir de las sombras no para de danzar con vestidos fúnebres, airado en su débil poder y arrogancia. No para de alardear ante los que creen en sus promesas falsas de paz y seguridad; y ante los que se esconden en el miedo y en la venganza, su máscara mortal.
La Luz, en cambio, no alardea ni ofrece tumbas; no es presumida ni se jacta de su poder. Permanece en perfecta calma en el conflicto, pues sabe que no puede ser atacada.
La Luz espera con infinita paciencia a que los bailarines de la muerte y sus súbditos acaben su festín de sangre, festín en el que nadie gana, sólo hay pérdidas. La Luz los llama, pero ellos siguen en su demente celebración, a la cual se unen muchos... aun los pacíficos; y éstos en su miedo también enloquecen y vomitan ira, y con ella desbordan todavía más el almacén de odio del mundo.
La Luz llama pero la humanidad no desea escuchar; ha quedado sorda ante los alaridos del ir y venir de las sombras, e hipnotizada por sus brillos mortuorios, disfrazados de esperanza. Y así, la humanidad se esconde del Amor de Dios.
La humanidad desea paz, pero también venganza; desea amor, pero no quiere perdonar. ¡Qué contradictorio es el ir y venir de las sombras!
Las sombras temen ser vistas tal como son y ser llevadas ante la Luz. Mas la humanidad se ha engañado a sí misma, y piensa que las sombras son luz y que la Luz son sombras.
Hay un velo oscuro ante los ojos de los que guardan resentimientos y ponen su esperanza en el poder y en el conocimiento ignorante del mundo, que no ha hecho otra cosa más que abrir una grieta ancha y profunda, por donde los iracundos y temerosos caen, y se estrellan en un fondo oscuro, que ellos ven como luz.
La Luz llama dulcemente, y no se cansará de hacerlo, hasta que todos hayan respondido.
Las sombras gritan encolerizadas, pero no podrán seguir haciéndolo, porque la Luz las desvanecerá.
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